sábado, 25 de julio de 2009

Luis David dijo:

Querida Rosa Elena:Me gustó tu texto, lo que dices y la forma en que lo haces. Creo que, efectivamente, la plática nos ha obligado a repensar lo qué creíamos saber y a buscar respuestas por todos lados. Eso, por sí sólo, nos ha llevado a profundizar nuestras ideas y a volverlas complejas. Creo que todos hemos aprendido un poco más, o un mucho más, de lo que sabíamos ayer. Si esto fuera todo, ya sería suficiente.
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Pero, además, estamos hablando de arte, lo cual le da una dimensión mayor a la charla porque, al ser un tema tan inasible, nos obliga a elegir con mucho cuidado las palabras con las que comunicamos nuestras ideas. Y no podría ser de otra manera ya que el arte no es una ciencia y por lo mismo, aunque tiene un lenguaje técnico específico, es dificil de cuantificar y medir, lo cual vuelve muy abstractos los conceptos y nos impulsa a explicarlos de manera metafórica. Eso lleva a que la plática, de manera natural, transcurra por los senderos de la belleza y a multiplicar las posibilidades de interpretación, porque, como nos enseñó Milton Erickson, una metáfora no tiene un significado específico, sino que es el receptor quien se lo otorga, de allí su gran efecto facilitador, potenciador, pedagógico y, desde luego, terapéutico.
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Me gusta pensar en una obra de arte como un proceso evolutivo que envuelve diferentes etapas que interactúan entre si. La primera de ellas sería el momento de inspiración inconsciente en que se concibe la obra como idea pura. Esto puede pasar a ser desde un chispazo creativo hasta las poderosas intuiciones mozartianas que lo hacían concebir la obra completa, ya acabada. Sin embargo, convertir ese momento intuitivo en una obra tangible va a requerir de un proceso racional, intelectual y técnico que tal vez lo modifique al pasar de lo ideal a lo posible (Mozart tuvo que adaptar la partitura del protagonista de "Don Giovanni" a las escasas habilidades del cantante que lo iba a interpretar.)
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Hasta aquí, la obra todavía le pertenece a su autor y la puede lograr de un solo impulso o retocarla, modificarla y hasta abandonarla. Podemos pensar incluso que el autor y sus motivaciones impregnan la obra, son parte de ella.
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Una vez que el producto a sido terminado y entregado al público, adquiere vida propia y se desliga del autor, que puede llegar hasta a desaparecer en el diálogo que se establece entre la obra y el receptor. El público la acepta o rechaza de acuerdo a sus propios criterios del arte sin importar muchas veces quíen la haya hecho (sólo los cinéfilos empedernidos nos preocupamos por el director y esas cosas; la mayoría de la gente sólo ve una película, al final hace una pequeña crítica y la califica.)
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Hay autores con una fama pública tan poderosa que siguen afectando, para bien o para mal, a su obra: difícilmente alguien puede ser ajeno a una reacción emocional ante nombres como Miguel Ángel o José Luis Cuevas. (en el cine se da mucho el síndrome de "El traje nuevo del Emperador": tenemos que rendirnos ante los grandes nombres aunque algunas de sus películas sean incomprensibles y aburridísimas, so pena de quedar como idiotas, ja ja ja)
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Pero vivimos rodeados de arte y la mayoría de las veces no sabemos quién lo hizo. A partir de este momento, todos los detalles de la creación quedan atrás y la obra se mueve por sus propios medios y es el receptor quien la modifica al otorgarle una intención y una calificación.
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La pregunta que nos angustia es: ¿en dónde está el arte"
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Vamos a poner un ejemplo extremo. Ya definimos el arte como una actividad esencialmente humana, es decir, que si en algún lugar entrenan elefantes para que pinten cuadros, eso no es arte, entre otras cosas porque no cuenta con ninguna de las atribuciones que consideramos su esencia: no es humano, no hay intención ni inspiración, es más, no existe ni la idea de lo que se está haciendo. Lo único que hay es una técnica aprendida por mero condicionamiento y un producto final.
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Pues bien, supongamos que compramos uno de esos cuadros y lo enmarcamos adecuadamente para colocarlo en un lugar de privilegio de la sala de nuestra casa. Después invitamos a nuestros amigos y les presumimos nuestra última adquisición sin advertirles que está hecha por un elefante. Vamos a obtener toda una gama de reacciones que van desde el simple me gusta-no me gusta, hasta una calificación de arte menor, mayor o lo que sea.
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Entonces, ¿en dónde está el arte? De acuerdo a los parámetros preestablecidos no puede estar en esa obra y, por lo tanto, está en la percepción: en esa abigarrada acumulación de conocimientos, juicios, gustos, valores estéticos y creencias sobre lo que es y no es arte y que forman nuestro ser íntimo y al que sólo nosotros tenemos acceso. Allí se originan nuestros juicios y se toman nuestras decisiones.
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Por eso, el sólo conocimiento del autor convierte a nuestro cuadro en un mero objeto curioso y su desconocimiento en una pieza artística.
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¿Pero será tan sólo eso? No lo creo, porque ya dijimos que una obra una vez desprendida del autor tiene vida propia y es el diálogo obra-receptor lo que manda.
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Por eso creo que el arte está presente en la creación, en la obra y en la percepción (y que en cada evento estamos hablando de cosas distintas.) Las variables que ocurren en cada caso son infinitas y sus posibles combinaciones lo son aun más. Por eso el arte y su percepción son fundamentalmente subjetivos. De allí su riqueza intelectual.
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Ante esta cantidad imensurable de posibilidades es que me gusta una definición incluyente donde quepan todos. Prefiero que por abuso sobren muchos a que por precisión dejemos fuera a uno sólo, como en su momento le sucedió a Van Gogh.
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Me gustan las posibilidades ilimitadas. Me gusta más pensar en agua que en río, aunque en algún momento encontremos el límite fundamental. Después de todo el agua es agua y no aceite. Cuando lo encontremos estaremos ante la esencia del arte.
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besos y abrazos para todos
luis david

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